martes, 21 de julio de 2009

Diálogo en un hotel progreseño

-Vamos a jugar a que escribimos-, comentó al rascarse la cicatriz recién adquirida, acometida por sonidos siniestros, de lubricación aupé rime, agraciados por tan ostentoso esfínter como el tuyo, y se huele los dedos acabados de untar en el escroto. -Vamos a comer un climax, un orgasmo de perrito, tu baba, una zeta, dos comas… mírate.

-Te propongo otra cosa, quedémonos quietos fumando una canción. O mejor aún, quietos frente al mar, comiéndonos un perfil sempiterno. Agraciando a nuestras neuronas, encontrando los bordes de nuestros nervios para conectarnos con lo divino, con lo trascendente, con nuestro yo desconocido. Sin embargo estas palabras me embriagan, se combinan con tu semen y me hacen devolverte tu horizonte…

-¿De qué sabor la canción? ¿Con capas de marea nocturna? Arrumba, arrumba, arrumba. Estaba explicándome, en esa línea que llamaste horizonte, conjeturando ese yo que nombraste, y un color asombroso caló mi audición, multiplico mis ticks nerviosos e hizo rimas de ti.

-Sabor camarones con crema y queso, envueltos de cannabis y soles cero. Sabor a lubricante, marquesita y esquite. Quiero también unas papas con bbq, catsup, mostaza y mayonesa. Y por qué no, un spaghetti con calamares. Y también unos labios amargos, sabor a que han dicho muchos cuentos, cantado cientos de canciones…

-Hablemos de otro vicio, de placeres y represiones, calemos unas cuantas bocanadas ceratianas. Ahora me extraña tu pregunta, pues tu conducta me condujo hacia esa corpulenta y quejumbrosa carcajada, figura té que no hubo suficiente remolacha, se amargaron esas pendejadas de hojas que llamas mota, y el soporte de mi wi wi, -combinación de modelos Ford y Manchester- no tenía la suficiente pericia para encajar en mis finas y peludísimas asentaderas.

-Pues está más interesante la reencarnación, pero mi estado sedante hace insensible a mi yo sobre estas apologías espirituales. Sin embargo, la remolacha está en estado de putrefacción en mi refrigerador. El quirófano del doctor Frankfurt mezclando cirugía plástica con violetas tapabocas hizo acordarme del vegetal albergando bacterias y gusanos con verrugas como vergas y tetas cogiéndose en un incestuoso y botánico espectáculo.

-Ya tenía la sospecha de que el Dr. Frankfurt era la razón, esa misma tarde columbré aquellas tetas envergadas, sofocando aquel pedazo de carne cilíndrica, espumando hálitos de trance Zomba…. shiga boogie, más, así, mammmmmiiiii, yeah ¡ yeah!
¿Por qué violeta? Imagina que hubiera sido roja y con sombrero navideño, antes de quedar sedada recordarás por un segundo que tú querías una falda roja y de piel nívea como aquel gorro quirúrgico.

-Talvez tengas razón. Una roja no estaría mal. Ya no hay brisa, ya no dije nada. Sólo quiero acompañarte aunque después desaparezca el mar, y la noche sea vencida por la luz del día cotidiano que aguarda en la almohada de la cama naranja-piedra. Aquí estaremos chini aunque nunca regresemos al hoy-noche. Seguiremos acechando al balcón y meneando las asentaderas peludas, riéndonos de nuestras fuma-toma-lee-escribe-canta.

S.M. Y B.L.

lunes, 23 de marzo de 2009

El proceso viene después, mucho después de todo. Casi siempre es lento, nauseabundo y liberal. Paz no existe. Sólo náuseas. Por más líquido que penetre en la piel, por más yodo que entre a los pulmones, te siento me siento así sin más que si. Palabrerío, rompecabezas, jeroglíficos fétidos. Todo es así. Fantasma, también nos siento. Desconocidos más que todo. Cuántos lomos de piel de distintos colores. Deben ser cadenas y cadenas infinitas de palabras encerradas en otros y otros lomos de plástico, de papel, encallados en los anaqueles de acá. Todo es mentira, cobardía. Fake, falso. Yo, tu, la realidad, todos, todo.

viernes, 24 de octubre de 2008

¿Por qué hay que ser fuertes? Inventarnos una fuerza que destruya un supuesto sentimiento. ¿Por qué debemos de hacer oídos sordos cuando algo inexplicable y desconocido nos jala de los nervios, nos avienta lejos y nos pierde en los laberintos de la ansiedad? Sintiéndonos solos, sin el compañero de viaje. Sin saber si debemos de seguir buscando o continuar descendiendo al fondo del pozo de la media luna y soportar nuestros miedos humanos, nuestro dolor insuperable.
Amores correspondidos, amores encadenados, en trenecito, mirando al que no te mira. No escuchando al que te habla. Amores fatales, sadomasoquistas, fraternales, sexuales, musicales, enciclopédicos, imaginarios, de otras vidas, de buena vibra. De un mes, de tres años, de una noche.
Hoy he decido no olvidarte, no temerte. Descender al pozo, tomar un bate y aventar los recuerdos perdidos y encontrados en la oscuridad de las paredes circulares. Inhalar la humedad y adormecer el deseo. Beber del último viaje el itinerario trazado por los vientos invernales. Disfrutar el segundo de luz que atraviesa de punta a punta la circunferencia de la boca del pozo. Disfrutar la inmensa oscuridad del fondo por varias reencarnaciones.

miércoles, 13 de agosto de 2008

Muevo los dedos sin parar, no de las manos, de los pies. Alguien me ha dicho: “es de otra vida, fuiste…'aplasta-uvas', hubi”. Sí, le digo a Tatto. Y no únicamente eso, le digo otras cosas. Creo que me comprende. A veces es impaciente. Otras indiferente.
Ahora, sentada frente a la lap quiero escribir. Si no, me como las uñas. El silencio es indispensable. Eso lo sé. Tú también.
Todo es en cuanto me gusta. Una cajetilla de delicados sin filtro, una llamada gratificante; otra no. Este ruido, ¡oh Dios! Me encanta la máquina –Fue ésta quien inspiró a Arlt-; su sonido combinado con la humedad del viento y la sed de un cigarro.
El pavimento parece ficticio, y el azul metálico del cielo real.
Hace unos días me regalaron una perrita de la calle. Días en busca de un compañero canino acabaron en un encuentro ocasional. Desde hace unos meses que quiero destruir, o al menos, esconder algo. Certeramente es un sentimiento. Pero viendo los ojos de esta criatura encuentro algo que nos une. Compañía.
Ella puede estar acostada en la puerta de mi cuarto. Sabe que no puede entrar. Pero la necesidad de estar cerca de mí la obliga a pasar este aislamiento de apenas un metro. Observa mis movimientos. Cualquiera puede ser una respuesta a su soledad.
Antes creía que sabía bailar sola. Ahora no estoy muy segura de eso.
Mis pies retumban con el silencio tuyo. Una oración basta para descifrar el momento en el que nuestros cuerpos coinciden. Una y otra vez. Planeando en una danza de palabras el segundo hecho milésimas para encender la vela de la verdad.
No puedo sentir el ritmo de una narración larga. Y por lo tanto mi texto es encarnizadamente segmentado por ideas opuestas, fugaces e inconclusas.
Regreso al fin…

jueves, 1 de mayo de 2008

My body is a cage...
my mind holds the key..

Siento mis labios atados. Parece no ser suficiente el amarte. Pero dime, ¿qué es lo que necesitas? Me he desvelado noche tras noche para sentir tu piel. Para encontrar la conexión perpetua hacia el espíritu que espera lentamente las emociones necesarias para cargar con esta dulce angustia.
Tal vez mis lunas no son suficientes. Tal vez debemos esperar hasta la otra vida cuando los dos seamos gatos. Ocurre que no me gustan los gatos, difícilmente reencarne en uno. Seré una luciérnaga. Como aquella que escuchó nuestro adiós en la última vía láctea.
Sin embargo me empujas hacia lo desconocido. Me empujas a ser la mujer que camina desnuda con una cadena amarrada fuertemente a la cintura. Con la fuerza para dividir el cuerpo, para distanciar mi sexo del corazón.
He adoptado ciertas noches la filosofía de Zenón: la imposibilidad de todo cambio. A pesar de que muchos me han dejado sola sigue mi alma tratando de avanzar a través de ese número infinito de partes en que se divide el trayecto. Caminando hacia ningún fin.

jueves, 17 de abril de 2008

I am done with you
I’m sailing my own
my own sweet way
around the world
¿En qué momento nos dejan de importar las demás personas? ¿Acaso el egoísmo es como una bella prostituta que nos invita a pasar noches eternas en su regazo y provoca el olvido de la esposa fiel que aguarda por nosotros? Seduce al pobre, al rico, al intelectual, al ignorante. Y todos sucumbimos en ella; nos envuelve en su cabellera de olores cítricos, y somos el yo inquebrantable ante la cruel realidad. Con ella podemos ser invencibles, alcanzar lo que sea, ser un yo sin nosotros.
Ese día compartimos cervezas, tabaco, comida chatarra. También sueños, música, sonrisas quiméricas y el miedo. Junto a mí estaba él, ella, el otro, la otra, ellos y nosotros. Daft Punk a pesar de que hacía bailarte, bailábamos todos, contagiándonos de esas minúsculas notas emitidas por la blancura del ipod. La nicotina fingida también vagaba de garganta en garganta. El alcohol imitaba la borrachera hermandad.
Si el viaje era para mí una escapatoria hacia mi egoísmo, un éxodo en el cual pudiera purificar mis condenas, resanar mi estima y recuperar mi enrarecimiento, esta expedición tomó el aspecto de una salida a estruendosos destinos. La catarsis transitiva de mi presente. Una incisión en el intento de anacoreta y la realidad ascética.
Pensé de nuevo en cagarla. En el fallo de estar allá y no conmigo. El desacierto de no saber lo que está mal, en mí, en el aire o en ti. Así entonces una manera de catarsis fue el asalto para convertirse en la travesía pepenadora. La idea sin coherencia de qué hacer. Lo caótico se convirtió en paz interna.
En el ahora sólo me quedaba el encanto de la ciudad, de casi 500 años de historia, de la arquitectura de nuestra identidad, de nuestros orígenes híbridos. La amistad perdida me encontró a mi misma sentada en la banca de un parque tratando de agarrarme a algo. Tal vez en las líneas barrocas, en las formas vuelcas, mi pensamiento cóncavo encontraba cobijo.
En el defectuoso mis oídos se acoplaron al ruido armónico de Mars Volta, al perfil sempiterno de Corgan. En el concierto, lo verdaderamente caótico fue deshistorizarme para llenarme de nuevo.
Me tuve que abismar al encontrarte…”acuérdate que el mundo es un pañuelo”; mencionar esto todo el tiempo, claro, sin dejar a un lado la actuación de tener algo ínfimo en la mano derecha, sonarse los mocos y arrojarlo al suelo; y por supuesto, no podía faltar el pisotón con el zapato izquierdo.
Con la impotencia de seguir tuvimos que llegar al final para conseguir la causa inicial de mi viaje… Lo que finalmente debía de hacer… adoptar el refrán del Talmud. “Y si no ahora cuándo.”
La noche dormía en este refrán, lanzándome ecos de mi existencia en mi regreso.